MORIR DE SED JUNTO A UN MANANTIAL

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MORIR DE SED JUNTO A UN MANANTIAL
Ps. Fernando Alexis Jiménez

¿Ha escuchado de alguien que vive sin Dios ni ley? Sin duda en quien mejor se encarnaba esta frase era en Juan David Asmany, un empleado de taller en Guatemala quien, de día trabajaba incansablemente para reparar los autos con problemas mecánicos; hacia las seis de la tarde salía con tres amigos a cualquier lugar donde vendieran bebidas alcohólicas, e invariablemente, a las diez de la noche, llegaba a casa a golpear a su esposa y tres hijos.

Era una escena que se repetía casi idéntica, como una película surrealista que comienza justo cuando ya todos piensan que terminó.

El problema se producías horas después, al despertar. Un dolor de cabeza terrible, la mirada nublada y un vistazo rápido a la estancia le corroboraban que la miseria tocaba cada día a las puertas, y además de que el dinero no alcanzaba, lo embargaba una inexplicable sensación de culpa.

“No volveré a hacerlo”, se prometía camino al trabajo. Sin embargo se repetí la historia. Casi exactamente igual que el día anterior.

La secuencia de los acontecimientos cambió el día en que llegó, al rayar la medianoche, y halló la casa vacía. Su esposa y los niños no estaban.

Corrió como pudo, en medio de su estado de avanzada embriaguez, y comprobó en los armarios que no había ni siquiera una prenda. ¡Lo habían dejado solo!.

En circunstancias así, sintió el peso de la soledad. Al día siguiente buscó a su familia. No los encontraba. No pudo ir a trabajar pero dos días después, ante la premura de su jefe inmediato, fue al taller sin el más mínimo deseo de laborar. Nadie quiera invitarlo a nada. ¡Estaba solo!. Y en medio de la crisis, sin poder dormir y mientras daba vueltas a su habitación, pidió la ayuda de Dios.

... Y el Señor respondió. Dos semanas después se reunió con su esposa que no podía creer las versiones que le daba acerca de un cambio personal.

 

La historia se repite

Hombres y mujeres que atraviesan la inclinación al alcohol, al juego o a cualquier otro hábito que se convierte en atadura y pone en riesgo su estabilidad personal y amenaza los lazos familiares, encontramos por montones. Es una historia que se repite una y otra vez.

Generalmente quienes están alrededor se limitan a cuestionar, pero jamás proponen una alternativa. Juzgan, señalan, dicen. Nada más.

Sin embargo hay una salida. Está en volver nuestra mirada a Jesucristo en procura de su ayuda. Juan David puede testimoniar en su existencia el cumplimiento de la promesa del Señor: “A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche. ¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien; y se deleitará vuestra alma con grosura”(Isaías 55:1, 2).

Usted y yo enfrentamos las crisis hasta que queremos. Arreglar las cosas a nuestra manera, muchas veces las empeora. Las dificultades se dimensionan y todo parece marchar rumbo a un profundo abismo. Pero el curso de la historia puede ser diferente si involucra al Señor Jesucristo en su existencia y le pide que obre ayudándole a resolver ese problema que le agobia... hoy es el día de tomar la decisión...

 

¿Cuál es la mejor decisión?

La pregunta que usted se formula es ¿a qué decisión se refieren? Nos referimos a la decisión de aceptar a Jesucristo en el corazón como único y suficiente Salvador. Es fácil. Basta decirle en oración: “Señor Jesucristo te recibo en mi corazón como mi único y suficiente Salvador. Gracias por morir en la cruz por mis pecados y ofrecerme una nueva oportunidad. Te recibo en mi corazón. Haz de mi la persona que tú quieres que yo sea. Amén”.

Si dio este paso, lo felicitamos. ¡La transformación de su existencia comenzó!. Ahora comparto con usted tres recomendaciones. La primera, que ore a Dios cada día en procura de su guía. La segunda, que lea en Su Palabra, la Biblia, todas las hermosas promesas que tiene para su vida así como principios prácticos que le ayudarán a crecer en los planos personal y espiritual, y por último, comience a congregarse en una iglesia cristiana.

Es esencial para que encuentre personas que le ayudarán en el proceso de conocer acerca del Señor y la forma de experimentar una vida cristiana práctica.

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